lunes, 15 de mayo de 2023

La descarga (En memoria del maestro Adrián, sexto año de primaria)

Por las mañanas una fina capa de hielo cubría el patio de cemento de nuestra escuela.

Después de escuchar las palabras que el Director nos dirigía desde el micrófono, entrábamos en hileras, temblando de frío, a la relativa tibieza de nuestros salones.


Quizá mi memoria es la que llega tarde, pero recuerdo al maestro Adrián entrando cuando nosotros llevábamos algunos minutos ya sentados y aquello era un periquerío. Éramos alrededor de treinta en ese grupo de sexto año, todos hombres.


Disminuía el vocerío y el profe, con toda parsimonia nos saludaba, “buenos días, muchachos”, mientras ponía sobre el escritorio su portafolios de cuero color marrón y se quitaba el sombrero de estilo Eliot Ness.


Fornido, regordeto, con anteojos de marco grueso y cristales verdosos, Adrián tendría unos sesenta años y el cabello canoso. Su piel era rojiza, un “güero” acamaronado.


Nos observaba esperando a que todos guardáramos silencio. Luego miraba hacia las ventanas, asegurándose de que ya no hubiese nadie caminando por los pasillos, mucho menos el Director u otro profesor. Acto seguido abría su portafolios y de la bolsa interior del saco desenfundaba su pistola.


Una pistola escuadra enorme, de esas rectangulares, posiblemente una cuarenta y cinco. 


La descargaba de manera profesional, con cuidado, apuntando al techo, guardando las balas en algún compartimiento del portafolios y al terminar, la pistola misma.


En varias ocasiones nos contó la razón de llevarla consigo: había sido asaltado alguna vez; decidió entonces tramitar un permiso de portación, y compró la pistola.


Supongo que era solo una excusa más o menos creíble para justificarse ante nosotros, porque la pavorosa “fusca”, aún sin que yo supiera mucho de armas a mis doce años, no se veía para nada como un artículo de defensa para uso doméstico. 


Él nos platicaba que ya la había utilizado una vez y que lamentaba haber matado al ladrón, quien dejó un rastro de sangre desde el patio de su casa hasta la banqueta donde finalmente falleció.


En nuestro salón el más ojete, el buscapleitos, el indisciplinado, era Urroz. Hoy le llamaríamos un bully, pero en aquel entonces era solo un grandote al que sentaban hasta atrás y al que todos preferíamos evitar porque cuando no te jalaba de los pelos, prendía un encendedor debajo de tu asiento de lámina, para calentarlo hasta que te levantaras desconcertado. 


Una de esas mañanas, ya con el arma descargada, Adrián la apuntó hacia Urroz. “¡Urroz, Urroz! ¿Te vas a portar bien hoy?” Éste comenzó a exclamar “¡No, profe, no profe!” moviendo la cabeza y retorciendo el cuerpo para un lado y para el otro, mientras todos festejábamos con júbilo.


Justo es decir que éramos cómplices del maestro Adrián. Nadie, ni siquiera Urroz, que tomó el asunto como una pesada broma que él mismo hubiese hecho, habría ido de chismoso a la Dirección para denunciarlo.


Es más, en no pocas ocasiones le “echamos aguas” asomándonos a las ventanas para que no lo descubrieran mientras él ejecutaba el ritual de la descarga. Demasiado interesante y divertido como para ir de rajones.


Pero si a algo había que estar atentos, alumnos y maestro, era al interfono. Cada salón contaba con uno colocado en la pared, arriba del pizarrón. Sabíamos que desde la Dirección nos escuchaban, pues al aparato de repente se le prendía un pequeño foco que duraba encendido varios minutos.


Además de las funciones de monitoreo, el interfono servía para solicitar ocasionalmente que un alumno se presentara en la Dirección, o bien para transmitir a los maestros algún mensaje; por ejemplo, que se terminara la clase más temprano para unirnos a alguna ceremonia.


No solo el foquito delataba al Director espía, también de pronto el dispositivo hacía zumbidos o tronidos: nadie estaba seguro que no hubiera estado escuchándonos.


Luego de intercambiar algunas palabras por el aparato con el maestro Adrián, el Director siempre finalizaba diciendo “gracias”. Adrián, de tres cuartos, con expresión mordaz, miraba hacia el interfono y hacia nosotros, que habíamos estado expectantes mientras duraba la conversación, aguardaba a que se apagara el foquito para añadir: “las que te adornan”. Y estallábamos en risas. 


Adrián, además de ser maestro de sexto año y tener la capacidad para enseñarnos todas las materias con los libros oficiales y algunos adicionales —la nuestra era una escuela particular—, era un músico consumado. Los viernes de cada semana llevaba al salón un instrumento. Decía ejecutar hasta veinte leyendo la partitura respectiva. El acordeón era su favorito y lo tocaba con destreza; pero a veces también llevaba un clarinete o una flauta. Sí, en ese portafolio.


Él nos enseñó varias canciones. Recuerdo hasta hoy algunos versos en italiano de “Santa Lucía”: 


Sul mare luccica, l’astro d’argento, 

placida è l'onda, prospero è il vento. 


Venite all'agile barchetta mia, 

Santa Lucia, Santa Lucia… 



Y hoy que los transcribo cotejando la ortografía original en el buscador en internet, encuentro que fueron escritos por Enrico Caruso, el tenor italiano. Un dato que seguramente nos dio el profesor, pero que yo olvidé.


Y sí, Adrián hablaba italiano, además de inglés, francés ¡y latín! Cómo me dolió que justo al ingresar yo a sexto año, la escuela eliminara la materia de latín que impartía con miras a que algunos alumnos eventualmente optaran por el sacerdocio. Ni la religión ni el celibato fueron nunca lo mío, pero sí la curiosidad por las palabras. Por fortuna el maestro con frecuencia se expresaba con latinismos cuyo significado después nos explicaba. 


Ignoro qué haya sido de él, muy querido de todos los que fuimos sus alumnos; pero esa generación, en esa escuela donde cursé hasta la secundaria, tuvo profesores extraordinarios y talentosos, algunos excéntricos como Adrián, pero que nos dejaron, aparte de los conocimientos y las anécdotas, huellas de talento y buen humor. 


Hace tiempo que debía haber escrito estas breves líneas en memoria de Adrián, y hoy que es el Día del Maestro algo me dice que debo descargarlas frente a todos ustedes.




sábado, 15 de abril de 2023

Mircea Cărtărescu

Llegar hasta la librería McNally Jackson en el Seaport de Manhattan fue un triunfo. Desde hacía meses me había registrado para la plática de este escritor rumano, aparentemente mi nombre estaba en una lista de invitados y no quería perder una de las oportunidades que con frecuencia tenemos quienes vivimos aquí: ver de cerca a uno de los forjadores del mundo contemporáneo, pues tarde o temprano pasan por Nueva York.

Alguien se había dejado caer a las vías o algo así, pues desde que abordé el tren en la calle 28 hubo retrasos que se justificaban por el altavoz del vagón diciéndonos que se estaban atendiendo las injuries (¿un herido?, ¿cómo?) de un pasajero en la estación Chambers, y luego llegando a Chambers, las de alguien en la estación Hoyt. El caso es que éramos transportados a paso de tortuga cuando dieron las 7 pm adentro del vagón. 

Llegué a Fulton Street y a McNally ya pasados unos quince minutos después de la hora. En la caja, un barbón al que he visto antes, quizá en la misma librería en Soho, con paciencia nos fue dirigiendo al piso de arriba. Al subir, una persona de bigote y falda me preguntó si venía a la presentación de Mircea, le dije que sí y fue lo único que necesité. Mi reservación, el RSVP, mi nombre en la lista de alguna tablet fueron obviados.

Ya había aproximadamente cien personas sentadas en cien sillas, ninguna disponible. Me desplacé por detrás hasta alcanzar la vista frontal de un pequeño foro con dos sillones altos forrados en piel, que seguramente recibirían al escritor y a su presentador. Varios profesionales ya tenían preparadas sus cámaras montadas en tripiés. Hacía mucho calor afuera y adentro, había varios ventiladores dispuestos en el interior. 

Entre las personas que estaban enfrente del foro, a unos metros de donde yo me anclé de pie recargado contra un anaquel, reconocí al atildado director del Instituto Cultural Rumano en Nueva York, vestido muy a la europea con traje y corbata entallados, anteojos de pasta obscura. Él abrió la noche detallando el periplo que desde hacía algunos días había realizado junto con el escritor y su familia (éste venía acompañado por al menos su esposa y una pequeña tropa; todos sentados al frente en lugares reservados, todos de facciones similares).

El tour estadounidense de Mircea Cărtărescu (El nombre se pronuncia como "Mirchia", en español) había iniciado varios días antes en la legendaria City Lights de San Francisco para seguir de ahí a Seattle, a Houston y a Dallas, hasta finalmente llegar a Nueva York esa noche.

A mi edad ya no me ocurre esperar que las celebridades sean de estatura mayor que uno. Ahí estaba a unos metros de mí el escritor recién premiado en la FIL de Guadalajara, de estatura media y complexión robusta, cabello abundante y largo como el de un príncipe retratado en el Renacimiento, vestido con pantalón negro y una sudadera delgada de manga larga.



Venía promocionando su reciente novela "Solenoid", traducida al inglés, varios de sus ejemplares ya en manos de la audiencia. Pregunté a un encargado y me comentó que ya no tenían ninguno, así que mi llegada tarde tuvo un inconveniente extra.

Ya sentados Cărtărescu y su presentador --un culto periodista neoyorkino que tuvo la virtud de ser lo menos invasivo posible con sus apuntes y preguntas--, el escritor desplegó sus habilidades de comunicación que por lo visto no se limitan a la escritura, pues se adueñó de la noche con una conversación encantadora y sabia en su inglés con acento de Europa del Este.

Su niñez la vivió bajo el régimen dictatorial de una Rumania en ruinas, sin salir nunca de su barrio. Conoció el centro de Bucarest hasta más tarde y se asombró de los edificios y del esplendor decadente de sus plazas.

Para él incluso hasta el presente le son más interesantes las construcciones abandonadas, las ruinas, el misterio y las historias que existen detrás de cada ventana o puerta rota, en cada objeto escarbado o encontrado, porque así vivió: rodeado de la belleza inquisitiva que no le ofrece ningún rascacielos o edificio contemporáneo.

Afirma que Bucarest (punto de referencia en sus novelas) solo existe para él como escritor y que ninguna descripción literaria hace justicia a ninguna ciudad, todas son imaginarias. A lo largo de su vida ha visitado otras como Dublín, por ejemplo, sin encontrar en ella nada de Joyce. Y así le ha sucedido con todas las que ha visitado descritas por otros tantos escritores.

Aparte de Bucarest, la primera capital importante a la que viajó en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo fue precisamente Nueva York en 1999, y comentó que le ocasionó un fuerte shock la libertad con la que se vivía aquí. Por cierto, en algún punto de su plática Cărtărescu tuvo la gentileza de referirse a "América" como continente, aclarando de paso la diferencia respecto a la "América" de los estadounidenses.

Para él la literatura universal es una catedral que ha estado construyéndose a lo largo de siglos por una especie de cofradía cuyos integrantes saben distinguir --y honrar-- muy bien las capacidades de cada uno de los cofrades, más allá de la opinión de los críticos.

Hay quienes han construido los altos muros como Dostoyevski, Balzac o Borges, pero además todas las catedrales requieren de estatuas, altares y pinturas. Es ahí donde entran los poetas y los novelistas artífices de la belleza como Salinger, García Márquez y toda una serie de personajes cuyas obras ennoblecen los interiores del formidable edificio.

Reconoce a Thomas Pynchon y a Vargas Llosa como los dos grandes escritores todavía vivos que han contribuido a elevar los muros de esa catedral imaginaria. (A mí me llenó de gusto escuchar eso y me gusta más imaginar el coraje de los detractores recientes y no tan gratuitos del peruano, además de evocarme una noche en la Americas Society de Nueva York, escuchando al premio Nobel latinoamericano dando su charla en un desenfadado inglés cargado de acento "latino", donde me di cuenta que era posible y aceptable para un escritor no nativo de la lengua inglesa expresarse así, tan bien y también.) 

Kafka es el "héroe" literario de Cărtărescu y nos refirió que a partir de él tomó la costumbre, desde hace cincuenta años, de escribir un diario donde incluye sus sueños y algunas ideas. De hecho, nos dijo, en el caso de Kafka, absolutamente todo lo que escribió, incluyendo sus más famosos relatos, sus cartas, sueños, ideas, ideas truncas, diferentes versiones, etcétera, lo hizo en línea recta escribiendo un solo diario aunque en sucesivos cuadernos, uno tras otro.

Dijo que lo mismo que las ciudades, el Kafka del rumano es el que él imagina, es solamente suyo y todos vamos a tener el nuestro.

Habló también de los malos escritores e hizo un elogio de éstos, lo que voy a citar de memoria más o menos así: "un buen escritor no tiene qué demostrarlo, es natural para él escribir de esa manera y hay una especie de consenso alrededor de él, todos saben que es bueno, lo notan, y a ese escritor se le facilitan las cosas. En cambio el mal escritor no se da cuenta que es malo, está convencido de su arte, se esfuerza inútilmente, muere en ese intento y ello es conmovedor porque su convicción es todavía mayor que la del buen escritor".

En su nueva novela, Mircea Cărtărescu rinde homenaje a los escritores malogrados a través de un personaje, un alter ego al cual sublima y que lo llevó inesperadamente a escribir --paradójicamente, él supone-- una buena novela con algo muy fuera de lo planeado por él en un principio.

En fin, fue una noche al calor de las ideas, pues como sucede con la mayoría de las personas inteligentes que han alcanzado altos niveles por sus obras y la sabiduría desplegada en ellas, las palabras de Mircea Cărtărescu no tuvieron desperdicio, y al final hubo cuatro o cinco preguntas de los asistentes. Yo me revolvía entre preguntarle por las traducciones de sus obras al español o su (creo que previsible) postura ante la invasión de Ucrania --me parecían demasiado descorteses cualquiera de esas alternativas--, cuando todo terminó. 

La noche para mí culminó media hora después, en el bar irlandés de un ruinoso pero digno edificio situado a unas cuadras de la librería, muy cerca de los antiguos baños turcos subterráneos con privados de Manhattan, muy cerca del faro-monumento al Titanic erigido en 1913, saboreando una cerveza, conectando los puntos.



miércoles, 15 de marzo de 2023

Nuestro único adversario: el abstencionismo

Debo reconocer que —al menos en Facebook— ya no vale la pena intentar convencer a nadie de la maldad de AMLO, del enorme daño que le está ocasionando a nuestro país.

En mis redes sociales sostengo un diálogo circular o de espejo en el que muy pocos de mis familiares, amigos o conocidos difieren —en términos generales—de mi opinión. Compartimos argumentos, intercambiamos evidencias con información oficial; nos mofamos, nos enfurecemos y amargamos con las interminables mentiras y despropósitos del presidente. Nos damos “like”. 


Pero es solo un reforzamiento de ideas entre afines, pues con los años —y por razones básicamente mercantiles— se nos ha agrupado o clasificado en segmentos a los que solo llega la información de los medios y cuentas que más leemos o seguimos (junto con los comerciales que los acompañan). Vivimos confinados en reductos virtuales. 


Soy ingenuo si creo que alguien que vive al día —y desgraciadamente cada año de este sexenio millones de mexicanos más se han sumado a esa situación— va a convencerse, porque alguien se lo explique, que recibir $2,000 mensuales “de parte de López Obrador” no mejora en nada sus condiciones de vida. Nuestro país se está degradando en todos sentidos de manera acelerada, y eso tiene un costo para los ciudadanos —en pesos y centavos— que rebasa por mucho el importe de la dádiva que tan “generosamente” otorga el tlatoani a quienes considera sus súbditos.


Se ha empobrecido tanto a nuestra gente, que aliviar con esos billetes la urgente necesidad de medicinas y consultas médicas, reponer lo que les roban en los asaltos en el transporte público, o comprar una canasta básica de alimentos que les cuesta lo doble que hace cuatro años, los hace agradecerlo al mismo personaje que en ese mismo lapso los ha lanzado al vacío de la pobreza, la enfermedad y la violencia, como si fuese un síndrome de Estocolmo.  


No los culpo: todos necesitamos dinero y algo de esperanza. Y mientras un par de miles salgan mágicamente en la pantalla de un cajero automático cada mes, a quién carachos le importa cómo es que fueron a dar ahí. Por quién voy a votar, pues ni modo que muerda la mano que me asegura al menos sobrevivir; no sea que lleguen los otros, los corruptos de siempre, y ya ni siquiera eso reciba. Eso dice la propaganda oficial, eso dicen los “Servidores de la Nación” que van a las casas. Y aunque sea ilegal y sea mentira, el control es absoluto.   


El veneno de la propaganda oficial ha invadido las mentes de muchos mexicanos con peligrosa eficacia, a tal grado que muchos niegan con suspicacia o vehemencia cualquier evidencia del riesgo del colapso social, económico y de libertades en que nos encontramos, y apoyan la opción perversa que les presenta AMLO con su imaginario e indefinible “proyecto de nación”.


Nadie va a venir a salvarnos del peligro de caer en una dictadura. Y lo que es más: sabemos que millones de mexicanos (espero que menos de los que parecen) están dispuestos a votar por quienes les indiquen AMLO y su partido, sin importarles las consecuencias, sin darse cuenta lo que implica la fe ciega en un caudillo. Parece que no aprendimos de nuestra Historia. 


De hecho, falta todavía un gran trecho legal para echar abajo el ignominioso plan “B” que pretende arrebatarnos la posibilidad de tener elecciones libres. Porque partimos del supuesto que en junio de 2023 y en 2024 tendremos elecciones libres; y no quiero ser pesimista pero en estos momentos hasta eso está en duda, pendiendo de un hilo. 


Malas decisiones, decisiones ambiguas o indecisiones de la Suprema Corte, nos colocarían en una situación que prefiero no imaginar. Sería el fin del México de libertad democrática que hemos gozado en estas últimas tres décadas, algo que los más jóvenes no entienden o les es indiferente porque no les tocó vivir ninguno de los 70 años de la “dictadura perfecta” del partido oficial y sus caudillos. Parece que solo hasta que perdamos nuestra libertad de elegir a nuestros gobernantes es que lo vamos a dimensionar y a lamentar.  


AMLO quiere imponer en México —a estas alturas ¿cuál es la duda?— una dictadura como las que hay en Cuba, Venezuela y Nicaragua, mediante un partido financiado con dinero en efectivo, y apoyado por las armas del Ejército y la delincuencia organizada. Propagando división, violencia, mentiras e ignorancia. Haciendo dependiente a nuestra gente de unas migajas repartidas de manera condicional.


Esta película ya la vimos (al menos los más viejos o los más informados) y sabemos que acaba mal (en México ya empezó) con desabastos, con cartillas de racionamiento, enfermedades, pobreza (más), corrupción (más), militarización, violencia (más), justicia a modo, violaciones a los derechos humanos, autoritarismo, devastación ambiental (más), ignorancia (más), espionaje, expropiaciones, destierros, homofobia, ausencia de instituciones, nacionalismo exacerbado, rencor social, discriminación y cleptocracia.


Y sigo sin entender cómo es que las mujeres —51% de nuestra población— están dispuestas a refrendar un régimen que las odia, las desatiende, las encarcela, las utiliza como floreros o las ignora, y que además les ha eliminado refugios, guarderías y derechos que se suponía estaban garantizados. Pero eso ya no importa entenderlo. Está sucediendo. Pasamos del “Enrique bombón, te quiero en mi colchón” al “Es un honor estar con Obrador”. Que ellas decidan: tienen el poder de cambiar esto para bien.


Este mal presidente podrá atosigarnos con su estulticia y sus injurias; nos hará salir a las calles a protestar masivamente para defender al INE como ya lo hemos hecho; podrá provocarnos indignación cada día con sus despropósitos, sus evasivas, su corrupción y sus mentiras; intentará educar “ideológicamente” a nuestros hijos en lo que le queda del sexenio; buscará que cambiemos de temas para que no hablemos de sus fracasos; intentará sabotear al INE de mil maneras; y si no puede, acudirá a sus amigos del crimen organizado para ayudarlo a consolidar un narcoestado. 


Pero a AMLO se le acaba el tiempo y él lo sabe. Por eso está desesperado arremetiendo como nunca contra nuestras instituciones, repitiendo y magnificando sus mentiras todos los días. Creando enemigos reales e imaginarios. Y quienes creen en él por los motivos que sean, están dispuestos a justificarlo hasta el absurdo. Algunos, muy pocos, ante el alud de evidencias del fracaso de su administración, cambiarán de opinión al final. Pero ya no está en nuestras manos convencer a nadie con argumentos: es una cuestión de fe. 


¿Lograrán imponerse? No lo sé. Aunque el mensaje a mis amigos, a aquellos quienes no tengo qué convencer que nuestro presidente y este gobierno van mal pero que la situación puede empeorar si no hacemos algo, es el siguiente:


SALGAMOS A VOTAR cuando nos toque hacerlo. Masivamente. Invitemos a familiares, vecinos y amigos. No permitamos que el desánimo o la indiferencia se apoderen de nosotros. No permitamos que triunfe el fanatismo. No nos dejemos. Hagamos lo nuestro y SALGAMOS A VOTAR. EL ABSTENCIONISMO, no el obradorismo, es nuestro único adversario.


Solo si somos más los que votamos en contra del “proyecto” de este patético caudillo y de sus candidatos hechos de rencores y mentiras; solo si logramos abrumarlos con nuestros votos, es que no podrán imponerse.

lunes, 20 de febrero de 2023

Leónidas nicaragüenses


¿Tendrá caso expresar mi completo repudio por la existencia de una dictadura en un país del que ni siquiera soy habitante, o mi solidaridad con varios de sus ciudadanos, a quienes no conozco personalmente, que en días recientes fueron desterrados de Nicaragua y despojados de todos sus bienes por Daniel Ortega, un tirano grotesco al que da igual que yo lo mencione o no?
El agravio no disminuirá, quedará improntado en la vida de esos más de trescientos patriotas —nicaragüenses por siempre— cuyo drama debiera serme indiferente puesto que yo vivo en otro lugar, a miles de kilómetros de Centroamérica, y lo que suceda con estas personas en principio no me debería afectar en nada.
Si yo viviera allá, sería otra cosa: tendría que cuidar mis expresiones en sociedad y en redes sociales; y quién sabe si hubiese podido fundar una editorial para publicar libros de ¡poesía!, esas palabritas desacomodadas vigiladas de forma casi patológica por muchos poderosos. Una estrofa desafortunada, y a la cárcel. Pero eso sucede allá, siempre ALLÁ, lejos de mí, de “nosotros”. (Pero, ¿y Darío, y el idioma español, y la poesía y la historia?)
¿Y si escribo para dejar constancia pública de que yo no simpatizo en modo alguno con el tirano de Managua por sus maneras atroces y porque persigue inocentes que no hacen más que lo que es natural en todos los hombres y mujeres de bien, que es pensar y exigir a sus líderes algo a lo que razonablemente (y siempre) se tiene derecho, que es decencia?
¿Y si escribo pensando ya no solo en estas víctimas recientes de la dictadura centroamericana, sino por lo que pudiera suceder en México, creyendo (pensamiento mágico) que decir ALGO pueda evitar que mi país se convierta pronto en una sucursal del “bolivarianismo” que ha terminado ya con la vida democrática de varias naciones?
Porque me doy cuenta, además, de una fuerte coincidencia temporal: mientras nuestro presidente condecoraba al testaferro de la dictadura cubana, Ortega se “deshacía” de sus incómodos adversarios políticos e intelectuales, sacándolos de las cárceles o del arresto domiciliario para empujarlos hacia un avión.
Aún más: López Obrador no ha ofrecido asilo ni se ha solidarizado con las víctimas de este acto represivo. La pesadilla autoritaria que se vive en Nicaragua, Cuba o Venezuela podría ocurrir en México, dado que nuestro presidente ha demostrado con creces ser afín a la calaña de los dictadores de los países mencionados.
Y lo que sucede en Nicaragua no es que me importe súbitamente: hay tantas miserias humanas por las que yo pudiera decir o hasta hacer algo. Hay tantas injusticias, calamidades, invasiones y guerras de las que nos enteramos a diario. Y tantas tan próximas a “nosotros” los mexicanos: desde la venta de niñas en Guerrero hasta la devastación de la selva por el Tren Maya, desde fosas clandestinas a media hora de la Ciudad de México hasta el cobro de extorsiones a negocios en Iztapalapa; desde feminicidios que no les interesa investigar a las autoridades, hasta colusión entre la delincuencia organizada y nuestros tres niveles de gobierno.
¿Tendrá sentido escribir de la indignación que me provoca lo que sucede en el país centroamericano?
Letras y palabras que no aliviarán en nada la persecución, el insulto, la tortura, la violencia, ni el despojo de los que han sido objeto estos más de trescientos Leónidas nicaragüenses.
De todos modos, aquí están.

Roberto Mendoza Ayala
19 de febrero de 2023

sábado, 18 de septiembre de 2021

FANTASY BASEBALL ¿Hacia las "Grandes Ligas" de Cuba y Venezuela?

En 1939, gracias a la propaganda y el carisma hipnótico del Führer, los alemanes aceptaron como algo “inevitable” que 50,000 de sus compatriotas —en su mayoría discapacitados físicos y mentales— fuesen llevados a incipientes cámaras de gases para practicarles la “eutanasia”. Una de cada cien familias alemanas sufrió la pérdida de un ser querido en este episodio. Sin embargo, las protestas fueron débiles y escasas, y la popularidad de Hitler no solo disminuyó, sino que aumentó, afianzándose éste todavía más en el poder. El resto es Historia.

En México, es asombroso que después de medio millón de muertos por covid —la mayoría de ellos más víctimas de la imprevisión y de la irresponsabilidad de nuestras autoridades que de la enfermedad en sí—, todavía existe una gran cantidad de mexicanos dispuesta a apoyar a un presidente que evadió desde el inicio de la pandemia toda su responsabilidad en esta tragedia, que propagó desinformación al respecto de manera deliberada y que ha dispuesto para sus planes electorales y para sus calenturas petroleras los recursos que podrían haberse utilizado para salvar cientos de miles de vidas y patrimonios familiares.

Lamentablemente la propaganda ha cumplido su función, y machacar a diario unas cuantas frasecitas desde las conferencias de Palacio Nacional, junto con el manejo perverso de símbolos que despiertan emociones, ha servido —como sirvió con eficacia este mismo método en la Alemania nazi o en la Italia fascista—, para alienar la mente y el corazón de millones de ciudadanos.

Las señales de las últimas semanas son cada vez más ominosas: hay un intento desesperado y descarado de nuestro presidente por desmantelar nuestras instituciones en busca de “alinear” a México con las “Grandes Ligas” de las tiranías de Cuba y Venezuela. Busca encajarnos un modelo de desarrollo que es combinación de fracasados experimentos europeos y latinoamericanos del siglo XX: un nacionalismo racista y pobrista apoyado en la militarización, en los combustibles fósiles, y en una soberanía mal entendida que ya no tiene cabida en el mundo contemporáneo.

Luego de extender una afrentosa invitación a los festejos de nuestra Independencia hacia el “presidente” de Cuba, heredero y representante impuesto de una dictadura familiar que lleva más de 60 años en el poder en un país donde hay partido único y no existen elecciones libres, en ausencia de la fuerte condena que ello ameritaría por parte de nuestros políticos de oposición, afortunadamente han sido los mismos cubanos —el pueblo— quienes han reclamado a López Obrador el despropósito de darle foro internacional a semejante personaje.

Los que nos oponemos a este malogrado “proyecto de nación” vemos con angustia que ya tenemos medio cuerpo adentro del subdesarrollo y la autocracia, y que los partidos políticos de oposición casi no hacen nada para impedir que la pesadilla se consume o se prolongue en la forma de una dictadura disfrazada (Noticia de hoy por la mañana: anoche arribó a México el dictador venezolano Nicolás Maduro para unirse a una conferencia donde se propondrá “sustituir” a la OEA). Veo dirigencias partidistas temerosas de enfrentarse enérgicamente al corrompido poder presidencial y eso es hasta cierto punto explicable.

Pero allá ellos. Los ciudadanos no podemos depender de que el poder les apachurre o les suelte las colas a los dirigentes partidistas que osen desafiar la voluntad del presidente, a fin de extorsionarlos e imponernos un proyecto transexenal tan malo o peor como los que hemos padecido cuando ellos tuvieron la oportunidad de gobernarnos bien y no lo hicieron.

Es urgente que la sociedad civil vaya perfilando figuras públicas capaces de hacer frente y detener este intento de prolongar en México un periodo de oscuridad solo comparable a los momentos más sombríos y ridículos de otro López en nuestra historia: “Su Alteza Serenísima” López de Santa Anna.

Se requiere de personajes con inteligencia y experiencia, hombres o mujeres de trayectoria exitosa en sus ámbitos (no necesariamente políticos) que representen un contrapeso positivo a las “cualidades” del caudillo que está pretendiendo perpetuarse en el poder.

Yo avanzaría el nombre de Ricardo Anaya Cortés. Él ha levantado la mano otra vez, y nuevamente es perseguido por el gobierno actual como lo fue por el anterior (Todo terminó con el clásico “usted disculpe” una vez que se le desacreditó ante el electorado; hoy, a través del “testigo protegido” Lozoya, buscan repetir el numerito).

Si no gusta la opción de Anaya, adelante con las críticas, pero ojalá que vengan acompañadas por más opciones. Porque si no nos movemos y proponemos rápido, a partir de 2024 nos vamos a quedar otros seis años empantanados en Macuspania, jugando béisbol de fantasía: el deporte del rey.

lunes, 18 de enero de 2021

ASFIXIA

 La administración de López Obrador está dejando morir de asfixia a nuestra economía.

sábado, 16 de enero de 2021

Daño cerebral profundo

DAÑO CEREBRAL PROFUNDO

 Él lo cree. Más bien, lo sabe. Lo sabe porque todos los días durante cuatro años se lo han dicho en Fox News. Que Trump es un hombre inteligente pero que habla como cualquiera de nosotros. Que es una persona brillante y exitosa que dice lo que siente, sin ceremonias. Que las elecciones fueron un fraude. Que de Georgia, por ejemplo, hay videos donde aparecen los escrutadores introduciendo hasta en tres y cuatro ocasiones la misma boleta. Un fraude perpetrado por los Demócratas comunistas. También sabe que Biden está física y mentalmente dañado. Daño cerebral profundo. Basta oirlo hablar, escuchar sus constantes equivocaciones, para darse cuenta. No se podría acordar ni de lo que desayunó hoy por la mañana. ¡Y sus compromisos con Ucrania! Porque él es una persona rica. Su hijo tiene empresas en Ucrania que le han reportado millones de dólares a su padre, producto del tráfico de influencias. Una laptop extraviada de Hunter Biden, que le fue enviada anónimamente a Rudolph Giuliani, tiene correos electrónicos que lo comprueban. Hay también ahí unas fotos que no podrían ni mostrarse de lo asqueroso que son. Giuliani quiso publicar en el New York Post el contenido completo de esa computadora, pero se lo impidieron. Ni modo, ya se consumó el fraude electoral. No obstante, Biden es solo un personaje provisional, un hombre blanco pagado por los comunistas de China para ganar las elecciones. Él durará en el cargo seis meses si acaso, antes de fallecer y dejar el puesto a esa mujer, a esa...que esa sí, nos va a convertir en una sucursal de Venezuela. Lo saben el millón de manifestantes que tomaron el Capitolio el 6 de enero y que querían librarnos de esa amenaza, de que los chinos nos controlen. Sí, eran un millón, no nos lo quieren decir la CIA ni el FBI pero todo lo mundo lo vio en la televisión. La gente está muy enojada porque se le arrebató el derecho a elegir a su presidente. ¿Cómo no va a estar molesta? Ahora nos van a invadir los indocumentados que no pagan impuestos, a los que deberemos sostener y que además nos quitan nuestros empleos. ¿Por qué tenemos vacunas? Porque Trump apoyó la investigación con dinero y apuró a los laboratorios para tener las vacunas cuanto antes. Ahora otros se aprovechan de ese logro que a él le debemos.